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En fin, señores -prosiguió-, ustedes defienden el absurdo y ahí no
llega mi paciencia. Resumen: la ciencia ofrece la salud de Rosita
con aires de aldea, allá junto al mar; vida alegre, buenos
alimentos, carne y leche sobre todo... sin esto... no respondo de
nada.
Cogió el sombrero y el bastón de puño de oro; saludó con una
cabezada al Magistral y salió murmurando:
-A lo menos San Simeón Estilita estaba sobre una columna,
pero no era una columna... de este orden; no era un estercolero.
Doña Lucía se presentó y con un gesto displicente contestó a
las palabras de su primo que había oído desde lejos:
-Es un loco, hay que dejarle.
-Pero nos quiere mucho -advirtió Carraspique.
-Pero es un loco... haciéndole favor.
El Magistral, con buenas palabras, vino a decir lo mismo. «No
había que hacer caso de Somoza; era un sectario. Ciertamente, el
convento provisional de las Salesas no era buena vivienda, estaba
situado en un barrio bajo, en lo más hondo de una vertiente del
terreno, sin sol; allí desahogaban las mal construidas alcantarillas
de gran parte de la Encimada, y, en efecto, en algunas celdas la
humedad traspasaba las paredes, y había grietas; no cabía negar
que a veces los olores eran insufribles; tales miasmas no podían
ser saludables. Pero todo aquello duraría poco; y Rosita no estaba
tan mal como el médico decía. El de las monjas aseguraba que no,
y que sacarla de allí, sola, separarla de sus queridas compañeras,
de su vida regular, hubiera sido matarla».
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Leopoldo Alas, «Clarín»
Después don Fermín consideró la cuestión desde el punto de
vista religioso. «Había algo más que el cuerpo. Aquellos
argumentos puramente humanos, mundanos, que se podían oponer
a Somoza y otros como él, eran lo de menos. Lo principal era
mirar si había escándalo en precipitarse y tomar medidas que
alarmasen a la opinión. Por culpa de ellos, por culpa de un
excesivo cariño, de una extremada solicitud, podían dar pábulo a
la maledicencia. ¿Qué esperaban sino eso los enemigos de la
Iglesia? Se diría que el convento de las Salesas era un matadero;
que la religión conducía a la juventud lozana a aquella letrina a
pudrirse... ¡Se dirían tantas cosas! No, no era posible tomar
todavía ninguna medida radical. Había que esperar. Por lo demás,
él iría a ver a Sor Teresa...»
-¡Sí, don Fermín, por Dios! -exclamó doña Lucía, juntando las
manos-, segura estoy de que recobrará la salud aquella querida
niña, si usted le lleva el consuelo de su palabra.
No se atrevía a llamarla su hija. La creía de Dios, sólo de Dios.
Después se habló de otra cosa. Aunque no se había tratado
nunca directamente del asunto, se había convenido, por un
acuerdo tácito, que las dos niñas últimas no serían monjas, a no
haber en ellas una vocación superior a toda resistencia prudente y
moderada. Este implícito convenio era una imposición de la
conciencia, o del miedo a la opinión del mundo. La mayor de
aquellas dos niñas tenía un pretendiente. El Magistral venía a
desahuciarlo. «Era un impío».
-¿Un impío Ronzal? ¡Su amigo de usted! -se atrevió a decir
Carraspique.
-Sí; don Francisco, mi amigo; pero lo primero es lo primero.
Yo sacrifico al amigo tratándose de la felicidad de su hija de
ustedes.
358
La Regenta
Una lágrima de las pocas que tenía rodó por el rostro de la
señora de la casa. Más estético y más simétrico hubiera sido que
las lágrimas fueran dos; pero no fue más que una; la del otro ojo
debió de brotar tan pequeña, que la sequedad de aquellos
párpados, siempre enjutos, la tragó antes que asomara.
La lágrima era de agradecimiento. «El Magistral les
sacrificaba el nombre y hasta la conveniencia de un amigo, de un
gran amigo, de un defensor, de un partidario suyo, de todo un
Ronzal el diputado. Bien hacía ella en entregar las llaves del
corazón y de la conciencia a tal hombre, a aquel santo, pensaría
mejor».
Ronzal, alias Trabuco, aspiraba a la mano de una Carraspique,
fuere cual fuere, porque su presupuesto de gastos aumentaba y el
de ingresos disminuía; y don Francisco de Asís era un millonario
que educaba muy bien a sus hijas. Pero el Magistral tenía otros
proyectos.
-¿Un impío Ronzal? -preguntó asustado Carraspique.
-Sí, un impío... relativamente. No basta que la religión esté en
los labios, no basta que se respete a la Iglesia y hasta se la
proteja; en la política y en el trato social es necesario contentarse
con eso muchas veces, en los tiempos tristes que alcanzamos,
pero eso es otra cosa. Ronzal, comparado con otros... con Mesía,
por ejemplo, es un buen cristiano; aun el mismo Mesía, que al
cabo no se ha separado de la Iglesia, es católico, religioso...
comparado con don Pompeyo Guimarán el ateo. Pero ni Mesía, ni
Ronzal son hombres de fe, y menos de piedad suficiente... ¿Daría
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