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llegado hasta allí, sólo para que la caída fuese mayor todavía.
Entonces me pareció escuchar unas palabras pronunciadas en un extraño lenguaje
plagado de símbolos:
"...dilatar el complejo vascular secundario, desviar toda la conductividad al canal
nervioso épsilon. Luego, arrancar los iones de oxígeno de las masas grasas celulares,
llevar la energía electroquímica a las articulaciones..."
Con un poderoso esfuerzo conseguí alzarme sobre mis muñecas y poco después
rodaba por el liso tejado, el maravilloso tejado todavía caliente por el calor del día.
Me hallaba allí, a salvo, contemplando las estrellas. Pero ahora tenía que moverme
antes de que tuviesen tiempo de organizarse, acordonar el edificio y registrar todos los
pisos.
Tambaleándome a causa de la penosa ascensión me levanté y me dirigí a la caseta
donde terminaba la escalera de servicio. La puerta estaba cerrada. No perdí tiempo en
empujarla. Le apliqué dos puntapiés certeros al pestillo y la falleba cedió. La puerta quedó
abierta.
Un tramo de escalones conducía a una especie de almacén. Allí había tablas
polvorientas, latas de pintura, diversas herramientas. Elegí una barra de hierro de cinco
pies de longitud y un martillo. La calle se hallaba muy abajo y no quería perder el tiempo
en las escaleras. Busqué el ascensor, apreté el botón de llamada y aguardé. Apareció un
gordinflón provisto de un traje sucio que me contempló despreciativamente, pareciendo a
punto de indicarme que los trabajadores usaban el montacargas, pero lo pensó mejor y no
dijo nada.
Llegó el ascensor. Me metí en la jaula y el gordo me siguió, pulsando el botón de la
planta baja. Le sonreí, incliné la cabeza y me puse a silbar.
Nos detuvimos y se abrieron las puertas. Dejé que saliese primero el tipo gordo, luego
asomé la cabeza, empuñando con fuerza el martillo y la barra y salí. Divisé las luces de la
calle y el sonido de una sirena a lo lejos, pero en el vestíbulo nadie me impidió el paso.
Me encaminé a la salida, solté la barra, me metí el martillo en la cintura, y me hallé en la
acera. Mucha gente pasaba por la calle, pero nadie le concedió una sola mirada a un
pobre carpintero.
No eché a correr. Quedaba un largo trecho entre Lima e Iztenca la población en cuya
vecindad tenía mi bote de salvamento oculto en un cañón, pero deseaba cubrir aquella
distancia en una semana a lo sumo. Por la mañana tendría que imaginar el modo de
conseguir varias cosas que necesitaba, pero no me preocupé. Un hombre que ha
conseguido huir desde un rascacielos en medio de la noche no tiene que apurarse mucho
para conseguir un par de zapatos.
Foster había emprendido el viaje hacia su planeta hacía tres años largos de acuerdo
con el tiempo terrestre, pero para él a bordo de la nave, sólo debían haber transcurrido
unas semanas. Mi bote salvavidas era un enano comparado con la nave de Foster... pero
poseía la misma velocidad, si no más. Una vez a bordo del bote, con alguna distancia
entre mi persona y mis enemigos terrestres, volvería a sentirme lleno de vida y esperanza.
Sabía que el bote se hallaba completamente a salvo en su escondrijo. Los muchachos
que me habían ayudado a descargarlo no pertenecían al tipo charlatán. Si los chicos del
general Smale habían oído hablar del bote, no lo mencionarían. Y en caso contrario, ya
solucionaría el problema cuando me viese enfrentado a él. Todavía quedaban algunas
incógnitas en la ecuación, pero mi aritmética estaba mejorando a cada hora que pasaba.
XIII
Tomé la precaución de escurrirme al bote en medio de la noche, pero podía haberme
ahorrado aquel trabajo. La nave se hallaba donde la había dejado, con las puertas
cerradas. Ignoraba por qué no la habían descubierto los hombres de Smale, pero ya
meditaría sobre este extremo cuando me hallase lejos de la Tierra.
Había efectuado una travesía muy espinosa y pesada desde Lima a aquel cañón, pero
no había sufrido la menor interferencia. Había empeñado mi anillo de platino para comprar
una pistola del 38, si bien no me había visto obligado a usarla. En un figón de uno de los
pueblos por los que había pasado escuché las noticias radiadas: no hubo ninguna
mención del asalto a mi isla ni de mi fuga. Parecía que ambos tuviesen deseos de callar lo
sucedido.
Fui a la central de correos de Iztenca y recogí el paquete de Margarita con el cilindro de
Foster. Mientras lo estaba examinando para ver si los muchachos del Tío Sam lo habían
interceptado, sustituyéndolo por una zanahoria, sentí algo áspero contra mi espinilla. Miré
hacia mi pierna y vi un gato blanco y gris, bastante aseado y al parecer hambriento. Bien,
era una gata, a la que llamé "Kitty", que me siguió por todas partes hasta llegar a la nave.
En realidad fue la primera en subir a bordo. No perdí tiempo en formulismos inútiles. Ya
había escuchado una vez el resumen de las operaciones para pones en marcha la
nave, si bien entonces no había imaginado que aquella enseñanza iba a servirme para
efectuar un auténtico despegue. Una vez a bordo, accioné los controles y palancas y
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