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una santa alegría, la cual hace que nuestros actos, aun exteriormente, sean bellos y
simpáticos. Es el gusto que se siente por las cosas divinas, el cual hacia exclamar a David:
«¡Oh, Señor, qué dulces son a mi paladar tus palabras; más dulces que la miel en mi boca! »
Y, ciertamente, el más insignificante consuelo de la devoción que sentimos vale más, bajo
todos los conceptos, que las más excelentes virtudes del mundo. La leche que chupan los
niños, es decir, las mercedes del divino Esposo, sabe mejor al alma que el vino sabroso de
los placeres de la tierra; el que las ha gustado tiene todas las demás cosas de la tierra por
hiel y ajenjo. Y así como los que tienen regaliz en la boca reciben de ella una dulzura tan
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grande, que no sienten ni hambre ni sed, así también aquellos a quienes Dios ha dado este
maná celestial de las suavidades y de las consolaciones exteriores, no pueden desear ni
recibir los consuelos del mundo, a lo menos para entretenerse y complacerse en ellos. Estas
suavidades son un pequeño anticipo de las suavidades inmortales, que Dios da a las almas
que le buscan; son los confites que da a sus hijitos para atraérselos; son aguas cordiales que
les ofrece para confortarlos; y son también como ciertas arras de las recompensas eternas.
Se dice que Alejandro Magno, navegando en alta mar, descubrió antes que nadie la Arabia
Feliz, por la suavidad de los aromas que el viento le llevaba, con lo que se animaron él y
sus compañeros. De la misma manera nosotros recibimos, con frecuencia, en este mar de la
vida mortal, dulzuras y suavidades que, sin duda, nos hacen presentir las delicias de la
patria celestial, a la cual tendemos y aspiramos.
3. Pero me dirás: puesto que hay consuelos sensibles que son buenos y vienen de Dios, y
también los hay inútiles, peligrosos y aun perniciosos, que provienen de la naturaleza o del
enemigo, ¿cómo podré discernir los unos de los otros y conocer los malos y los inútiles
entre los que son buenos? Es doctrina general, amada Filotea, que, en cuanto a los afectos y
pasiones, los hemos de conocer por los frutos. Nuestros corazones son los árboles; los
afectos y las pasiones son sus ramas, y sus obras y acciones son sus frutos. Es bueno el
corazón que tiene buenos afectos, y son los afectos y las pasiones los que producen en
nosotros buenas obras y santas acciones. Si las dulzuras, ternezas y consolaciones nos
hacen más humildes, pacientes, tratables, caritativos y compasivos con el prójimo, más
fervorosos en mortificar nuestras concupiscencias y nuestras inclinaciones, más constantes
en nuestros ejercicios, más dóciles y flexibles con respecto a aquellos a quienes debemos
obedecer, más sencillos en nuestra manera de vivir, es indudable, Filotea, que son de Dios;
mas, si estas dulzuras sólo son dulces para nosotros, y nos hacen curiosos, ásperos,
puntillosos, impacientes, tercos, orgullosos, presuntuosos, duros para con el prójimo, y por
creer que ya somos santos no que
remos sujetarnos más a la dirección y a la corrección, es seguro que estos consuelos son
falsos y perniciosos. «El buen árbol solamente produce buenos frutos».
4. Cuando sintamos estas dulzuras y estos consuelos: a) Humillémonos mucho delante de
Dios, y guardémonos bien de decir a causa de estas suavidades: « ¡ Ah, qué bueno soy ! »
No, Filotea, estos bienes no nos hacen mejores, porque, como he dicho, la devoción no
consiste en esto. Digamos más bien: « ¡ Oh! ¡qué bueno es Dios para los que esperan en Él,
para el alma que le busca! » El que tiene azúcar en la boca no puede decir que su boca es
dulce, sino que es dulce el azúcar. De la misma manera, aunque esta dulzura espiritual es
muy buena, y muy bueno el Dios que nos la da, no se sigue de aquí que sea bueno el que la
recibe. b) Reconozcamos que todavía somos niños pequeños, que necesitamos aún del
pecho, y que estos confites se nos dan porque tenemos el espíritu tierno y delicado, el cual
necesita cebos y golosinas para ser atraído al amor de Dios. c) Mas, después de esto,
hablando en general y de ordinario, recibamos humildemente estas gracias y favores, y
tengámoslos por muy grandes, no por lo que son en sí, sino porque es la mano de Dios la
que los pone en nuestro corazón, como le ocurriría a una madre, que para acariciar a su hijo,
le pusiere ella misma los confites en la boca uno tras otro, pues, si el hijo fuese capaz de
entenderlo, apreciaría más la dulzura de los halagos y de las caricias de su madre, que la
dulzura de las mismas golosinas. Así también, Filotea, mucho es sentir estas dulzuras, pero
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la dulzura de las dulzuras está en considerar que Dios, con su mano amorosa y maternal,
nos las pone en la boca, en el corazón, en el alma y en el espíritu. d) Una vez las hayamos
recibido con humildad, empleémoslas con mucho cuidado, según las intenciones de Aquel
que nos las da. ¿ Con qué fin creemos que Dios nos da estas dulzuras? Para hacernos suaves
con todos y amorosos con Él. La madre da el confite a su hijo para que la bese; besemos,
pues, a este Salvador, que nos da tantas dulzuras. Ahora bien, besar al Salvador, es
obedecerle, guardar sus mandamientos, hacer su voluntad, cumplir sus deseos: en una
palabra, abrazarle tiernamente con obediencia y fidelidad. Por lo tanto, cuando recibimos
alguna consolación espiritual, es menester que, aquel día, seamos más diligentes en el bien
obrar, y que nos humillemos. e) Además de eso, es necesario que, de vez en cuando,
renunciemos a estas dulzuras, ternezas y consolaciones, que despeguemos nuestro corazón
de ellas y que hagamos protestas de que, si bien las aceptamos humildemente y las amamos,
porque Dios nos las envía y nos mueven a su amor, no son, empero, ellas lo que buscamos,
sino Dios y su santo amor; no la consolación, sino el Consolador; no la dulzura, sino el
dulce Salvador; no la ternura, sino la suavidad del cielo y de la tierra, y, con estos afectos,
nos hemos de disponer a perseverar firmes en el santo amor de Dios, aunque, durante toda
nuestra vida, jamás hubiésemos de sentir ningún consuelo, diciéndole lo mismo en el monte
Calvario y en el Tabor: « ¡ Oh Señor!, bueno es permanecer aquí », ya estemos en la cruz,
ya en la gloria. f) Finalmente, te advierto que si recibes en notable abundancia estas
consolaciones, ternuras, lágrimas y dulzuras, o te acontece en ellas alguna cosa
extraordinaria, hables de ello sinceramente con tu director, para aprender la manera de
moderarte y conducirte, pues está escrito: «¿Has hallado la miel? Pues come la que es
suficiente».
CAPÍTULO XIV
DE LAS SEQUEDADES Y ESTERILIDADES ESPIRITUALES
Muy amada Filotea, cuando sientas consolaciones te conducirás de la manera que acabo de
decirte; pero este tiempo tan agradable no durará siempre, sino que más bien te ocurrirá que,
alguna vez, de tal manera te verás privada y desposeída del sentimiento de la devoción, que
tu alma te parecerá una tierra desierta, infructuosa y estéril, sin un solo sendero ni camino
para llegar a Dios, y sin una gota de agua de gracia que pueda regarla, a causa de las
sequedades, que, según te parecerá, la convertirán en un desierto. ¡Ah, que digna de
compasión es el alma que se encuentra en este estado, sobre todo cuando este mal es
vehemente! Porque entonces, a imitación de David, se derrite en lágrimas, día y noche,
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